Cómo arreglar el mundo (tu mundo).
Una historia basada en hechos (muy) reales.
Era se una vez la historia de un padre cualquiera. Un padre o una madre como podemos ser tú o yo…
Como casi todos los días, “ese” padre (o madre) tenía muchas cosas que hacer.
Las 24 horas del día no le llegaban para cumplir con todo lo que necesitaba o le gustaría dejar hecho.
La vida de adulto es complicada.
Piensa ese padre muchas veces…
En esas 24 horas tiene que hacer auténticas maravillas para conseguir llegar bien al final del día.
Esto no es nada fácil, ya que, para empezar, un tercio de ese tiempo necesita pasarlo durmiendo, mientras que el otro tercio se le va trabajando.
El tercio restante lo usa de la mejor forma que conoce para conseguir “encajar” todas las piezas del puzzle del que se compone su vida familiar y personal.
Cierto día, este padre empezó a notarse cansado, tanto que no podía cumplir con sus obligaciones laborales.
Esas obligaciones laborales que interpretaba como “la llave maestra” con la que alcanzar las grandes expectativas que había puesto en su vida y que, por el momento, no se estaban cumpliendo.
Al sentir que posiblemente nunca llegaría a alcanzarlas, le empezó a invadir una ligera sensación de fracaso, exteriorizada en enfado.
Para este padre, el trabajo era muy importante, ya que, además de permitirle a él y a su familia vivir de una determinada manera, le aportaba una mezcla de sentimientos positivos aunque “casi adictivos”, relacionados con la valía personal, el estatus, el reconocimiento, la seguridad y sobre todo, la ilusión por el futuro.
Sentimientos que, al no ser tangibles ni fácilmente cuantificables, le impedían demostrar a su círculo familiar y personal su gran importancia.
Quizás podrían llegar a entender sus victorias, pero nunca el nivel de dolor que suponía un fracaso.
El cansancio anteriormente citado y su repercusión en malos resultados en el trabajo, impulsó a este padre a poner toda la carne en el asador.
Ahora debía “trabajar más y más duro”.
Esa era una de las normas que había aprendido desde muy pequeño.
Siendo la otra, la de que “si algo no sale, hay que insistir hasta que salga”.
Lo que no le enseñaron de niño, ni tampoco de adulto, es que todo tiene que hacerse con moderación y en equilibrio con el resto de elementos que forman tu vida.
De lo contrario, la misma fuerza que te ayuda a levantarte, te arrastra hacia abajo.
Tanto, que consigues caer aún más bajo.
Otra cosa que no le enseñaron en su momento y le podría haber cambiado la vida fue algo que aprendió ya de adulto.
Un aprendizaje muy valioso.
Posiblemente, mucho más valioso que los dos anteriores y sin duda más que muchos otros que aprendió durante su carrera académica, su carrera laboral y los 40 (y tantos) años de vida que llevaba en este mundo.
Lo que lo hizo aún más valioso fue la persona que se lo enseñó y la forma en que le tocó aprenderlo.
Cierto día, este padre, al que habíamos mencionado como “muy cansado y demasiado trabajado”, volvió a casa tarde, como siempre.
Después de cenar siguió trabajando.
Necesitaba encontrar “esa solución” que mejorase su trabajo a cualquier coste.
Siendo uno de esos costes, echar más horas a costa de dormir menos.
Las horas de la noche avanzaban, pero no su trabajo.
La solución no llegaba y parecía alejarse con la misma rapidez que crecía su cansancio.
Desesperado, rompió todo el trabajo que ese día había hecho.
Un buen montón de folios llenos de palabras inteligentes, gráficos, fotografías y la esperanza de que ese documento fuera el “salvavidas” que necesitaba y no conseguía ni con todas sus fuerzas.
Triste y agotado, se fue a dormir las pocas horas que le quedaban a esa noche.
A la mañana siguiente no escuchó el despertador.
Estaba demasiado cansado para cualquier cosa que no fuera dormir las 12 horas que estuvo “fuera de servicio”.
Además del enfado constante, otro síntoma de que algo va mal en tu vida es cuando duermes demasiado…
De repente escuchó un ruido en el lugar donde había estado trabajando la noche anterior y se levantó con los ojos medio cerrados para ver que había sido eso.
Lo primero que vio fue a su hija de 7 años con un folio muy colorido hecho de recortes y pegado con cinta adhesiva.
En ese folio había un dibujo formado por los trocitos de uno de los folios que la noche anterior había destrozado con más rabia.
Ese folio contenía la parte posiblemente más importante de todo el trabajo preparado: el resumen general y su currículum.
Sin saberlo, la niña había conseguido unir todos los trozos formando un curioso dibujo del mapa del mundo.
El significado que ese papel tenía anoche, se esfumó con el gran trabajo artístico de su hija.
Tanto, que consiguió que por un momento se olvidase de su enfado y de su cansancio.
Esto que parece poco, en realidad es muchísimo.
Felicitó a su hija por la obra de arte que había conseguido crear de ese desorden y con la hoja en la mano, volvió a trabajar.
Antes de zambullirse otra vez en el caos laboral, volvió a mirar con orgullo el dibujo de su hija, pero una pregunta cruzó su mente: ¿cómo una niña de 7 años es capaz de montar un mapa del mundo de cabeza?.
Muy intrigado, se levantó a preguntarle a su hija y esta le respondió:
Verás Papá, hoy me levanté un poco antes porque ya no tenía sueño.
Como estaba aburrida, jugué a unir los papeles de colores que dejaste anoche por todo el suelo.
Cuando los iba montando, estornudé y ese aire hizo que muchos de los papelitos se diesen la vuelta.
Entonces me pareció ver algunas partes de tu cara en algunos trozos.
En lugar de seguir montando el mapa del mundo, cambié de idea y decidí unir los trozos de papel que tenían las partes de tu foto.
Cuando acabé de montar y pegar tu foto, le di la vuelta y me di cuenta de que, además, había conseguido hacer el dibujo del mapa del mundo.
Justo cuando lo acabé viniste a mí.
Quería enseñarte mi obra de arte por los dos lados: primero uno (el mapa del mundo) y luego el tuyo (tu foto).
Estabas tan contento, pero también tan ansioso por volver a trabajar que no me diste tiempo a enseñártelo bien y explicarte.
Explicarte cómo empecé y qué fue lo que me hizo cambiar.
Mira papá, todavía no sé cómo hacer bien el mapa del mundo porque lo estoy aprendiendo en el cole, pero lo que sí sé es cómo eres tú y por eso me puse primero con tu foto.
Cuando la acabé, me di cuenta de que había conseguido arreglarla, pero también me di cuenta de que al mismo tiempo había conseguido “arreglar tu mundo”.
Moraleja: Los grandes cambios de nuestra vida, vienen después de grandes catástrofes.
Esas catástrofes hacen que nuestro mundo y nosotros se rompan en mil pedazos.
Pedazos que tienen la capacidad de volver a formar algo aún incluso mejor si se tratan con ilusión, paciencia y cariño.
Paso a paso, trocito a trocito y siempre “arreglando a la persona”, como primer paso antes de intentar “arreglar tu mundo”.
Otro aprendizaje importante de esta historia es que siempre debemos de mantenernos atentos.
En algún momento, en algún lugar y sobre todo, de la persona que menos nos lo esperemos, podremos tener la oportunidad de aprender una enorme lección de vida.
Para ello. Para estar seguros de nuestro sitio y contribución en este mundo. En nuestro mundo. En el mundo de nuestros hijos, de nuestros seres queridos y de todo aquel que forme parte de nuestras vidas, debemos conocernos.
Saber de qué estamos hechos. Qué necesitamos, por qué y para qué.
Esta web es el sitio.
Este programa es el camino: https://tupropiasuerte.com/ahora-tu/
Da el paso. Sé valiente. Invierte en tí.