Tú tienes un reloj, pero yo tengo TIEMPO.
Cómo un Tuareg te puede enseñar algo muy valioso para nuestras vidas
Algo tan valioso que una vez gastado, nunca se recupera.
Hace tiempo volví a leer una entrevista del periódico La Vanguardia.
Ya han pasado algunos años desde su publicación (febrero 2007), pero su mensaje sigue y seguirá durante muchos más.
Cuando la leí en su día me impactó, pero la vida en la que en ese momento estaba inmerso no me permitía apreciar o incluso pararme a poner en práctica estos valores tan poco valorados.
Entonces, mi momento era otro y a pesar de ser consciente del valor de esos valores, mi mente estaba en otra batalla: la del “todos contra todos y sálvese quien pueda” de mi mundo laboral por entonces habitual.
Años después, me encuentro con los objetivos cumplidos (o no), ya que me he dado cuenta de que, en realidad, todo es muy relativo.
Especialmente, el éxito, el dinero y por supuesto, la felicidad.
Es curioso como el mismo escrito y las mismas palabras pueden ser interpretadas de forma completamente diferente dependiendo del momento de tu vida en que las leas o las vuelvas a leer.
Es curioso, cómo las palabras tienen tanta fuerza como la de tu propia interpretación y cómo nosotros mismos podemos llegar a cambiar tanto, dependiendo del momento de vida en el que nos encontremos.
Esta entrevista de la que hablo es tan buena, que incluso mejora con el paso del tiempo.
Enhorabuena al periodista Víctor Amela y al entrevistado Moussa Ag Assarid:
No sé mi edad. Nací en el desierto, sin papeles … posiblemente entre 1975 y 1978. Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y asnos de mi padre. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo.
- ¡Qué turbante azul tan hermoso!
Es de una fina tela de algodón. Permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través. A los tuareg nos llaman los hombres azules por esto. Se elabora con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. La tela destiñe algo y nuestra piel toma leves tintes azulados. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.
- ¿Por qué?
Es el color del cielo y el cielo el techo de nuestra casa.
- ¿Quiénes son los tuareg?
Tuareg significa «abandonados», porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: «Señores del Desierto», nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh. Somos un pueblo sin fronteras que deambulamos entre el suroeste de Libia, el sur de Argelia, el norte de Níger y el noreste de Mali.
- ¿Cuántos son?
Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece. ¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!», denunciaba una vez un sabio. yo lucho por preservar este pueblo.
- ¿A qué se dedican?
Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos y asnos en un reino infinito y de silencio.
- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?
Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.
- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba. Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre … y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!
- ¿Sí? No parece muy estimulante.
Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas … y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes te llevará a donde hay agua.
Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, y cada una tiene enorme valor. Cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos. Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!
Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua. Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso…
- ¿De dónde salió esa pasión por el estudio?
Hace unos años había pasado por el campamento el rally París-Dakar y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Aquel día me prometí que un día sería capaz de leerlo.
- Y lo logró.
Sí. Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa. Mi madre había muerto después de una a terrible sequía, pero entendía que desde algún lugar estaba ayudándome. Y así fue como finalmente logré una beca para estudiar en Francia.
- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
Cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde. Es un momento mágico. Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor… La calma nos invade a todos. Los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor…
- ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Hay ansia de poseer, frenesí, prisa … En el desierto no hay atascos porque allí nadie quiere adelantar a nadie.
Vosotros tenéis reloj, nosotros tenemos el tiempo.
Palabras simples, las del señor Assarid, que contienen un enorme valor.
O tanto valor como el que seamos capaces de interpretar y aplicar a nuestras vidas.
Generalmente, vivimos arrastrados por la vorágine que nos lleva a complicar casi todos los aspectos que nos rodean.
Empezamos a valorar y comparar (erróneamente) el trabajo y el ocio en números: cuánto ganas, cuánto gastas, cuantos “likes” generan tus fotos de vacaciones… muchos números que solo valen para compararnos con el resto y hacernos sentir escasos, ya que siempre habrá alguien con “más números que tú”.
Además de ser este un problema que tiende a infinito, ha contagiado nuestras relaciones personales, afectivas y sociales hasta el punto, en muchos casos, de también valorarlas y compararlas basándonos en números.
Con nuestra mejor intención, invertimos en números, en cantidades que comparamos con otros, asumiendo que alcanzar y superar ese nivel ficticio, nos dará la aprobación del resto y felicidad propia. Pero todo esto no es real, es virtual.
Invertimos nuestros mejores años en mejorarnos a nosotros mismos, cambiando quien realmente somos por ese holograma de persona de éxito que nos han vendido que debemos ser.
Invertimos nuestros mejores años en una ilusión de riqueza y posesiones que nunca se convertirán en lo que hemos esperado, ya que nuestra expectativa siempre será más alta que nuestra realidad.
Aparcamos nuestra salud, nuestro bienestar emocional, nuestras relaciones personales, familiares y afectivas por conseguir una meta imaginaria que siempre nos seguirá pareciendo escasa.
Esa sensación de escasez constante volverá a lanzarnos “dentro de la rueda de hámster”, donde solo conseguiremos parar cuando estemos heridos o agotados.
Algunos piensan que salir de esta rueda es muy difícil, casi imposible.
Por mi experiencia te diré que depende del momento de la vida en el que te encuentres.
Depende de la velocidad a la que ahora mismo estés rodando en tu propia rueda de hámster.
Cambiar es posible y hasta puede llegar a ser fácil si cuentas con la ayuda adecuada.
Basta con cambiar la forma en que pensamos y la forma en que apreciamos la vida que nos rodea.
Una vez hecho, aplicar las herramientas de gestión del tiempo correctas para conseguir encajar todas las piezas.
Si te interesa un consejo de alguien que ha hecho ese camino antes y podría ayudarte, contáctame.