Cuento: Las 99 monedas de la felicidad.
En un país no muy lejano había un rey muy sabio, rico y poderoso.
Este rey vivía en un palacio rodeado de todos los lujos posibles e imaginables, incluyendo miles de personas que trabajaban a su servicio.
Todos los que prestaban servicio al rey, se mostraban agradecidos por la oportunidad, ya que, además de trabajo, servir al rey les aportaba un cierto estatus y sobre todo muchas comodidades como un buen sueldo, una casa donde vivir con su familia y alguna generosa propina de vez en cuando.
Muchas personas ayudaban al rey a diario en todas sus necesidades y obligaciones.
Al ser un rey muy rico, podía permitirse a los consejeros más sabios, a los soldados más valientes y al personal mejor preparado para cualquier tipo de tarea.
Una de ellas, muy simple, pero también importante, era la de despertar al rey y servirle el desayuno.
Para esta tarea, uno de sus mejores y más antiguos sirvientes, se encargaba de hacerlo con la excelencia que su majestad necesitaba: abriendo suavemente la puerta de la habitación, descalzándose para que sus zapatos no hicieran ningún ruido en el suelo que pudiera molestar a su alteza.
Abriendo gentilmente las cortinas para que los rayos de sol entrasen gradualmente por la ventana y con mucho cuidado, dejaba una bandeja junto a su cama.
Esta bandeja, como os podéis imaginar, contenía todo tipo de ricos manjares en su punto perfecto de cocinado y temperatura.
Incluso, a medida que el rey se iba despertando, el sirviente le regalaba diariamente una alegre canción que impregnaba de alegría las paredes de esa enorme habitación.
Acompañando a sus canciones, el sirviente lucía una amplia sonrisa junto con una actitud animada y alegre.
Tanta alegría conseguía transmitir con sus canciones y su forma de ser, que lograba contagiar al rey y al resto del personal.
Tanta, que al moverse por palacio durante el transcurso del día, conseguía contagiar a todo aquel que aquel día se encontrase en palacio. ¡¡¡ Incluso a las visitas !!!.
Un día, este rey que aparentemente lo tenía todo, se percató de que lo único que le faltaba en su vida, era la alegría que a ese sirviente le desbordaba cada mañana.
Esa alegría verdadera y duradera que él no tenía, ni había podido conseguir en todos sus años de reinado, ni con todo el oro del mundo.
Sabedor de su importancia y lo difícil que podría resultar conseguirlo, reunió de urgencia a su grupo de sabios.
Tras días de duro trabajo y miles de posibles soluciones, uno de ellos, el más perverso de todos, llegó a la conclusión de que la manera para que el rey tuviese la alegría que deseaba sería arrebatándosela al sirviente.
¡Imposible, gritaron todos!, ¡La alegría no se intercambia, no quita ni se pone!, volvieron a gritar todos.
A pesar de que esta idea era tan loca como todas las anteriores que tampoco funcionaron, el rey accedió a probarla y para ello, mandaron llamar al sirviente.
El sirviente llegó a una impresionante sala donde se encontraban todos los sabios, algunos soldados y por supuesto el rey.
El sabio mayor tomó la palabra y comenzó con sus preguntas:
Dinos sirviente, ¿cuál es el secreto de tu alegría?
No hay ningún secreto, señor.
¡No nos mientas! ¡Hemos mandado ejecutar por ofensas menores que una mentira!.
Ilustrísimo señor, señores, soldados y por supuesto alteza; de verdad que no les miento.
Digo la verdad.
Mi alegría no tiene secreto porque tengo muchas razones para estar feliz.
Su alteza me honra permitiéndome atenderlo.
Tengo a mi esposa y a mis hijos sanos y viviendo en la casa que la corte nos ha asignado.
Estamos vestidos y alimentados y además, su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños gustos. ¿Cómo no voy a ser feliz con esta vida?
Escuchar las respuestas y razonamiento del sirviente no hizo más que enfurecer a los presentes, que no conseguían entender cómo alguien podría ser feliz sirviendo a alguien, viviendo en esa casa húmeda e incómoda, vistiendo ropa usada y alimentándose con las sobras de los banquetes.
Inmediatamente, lo echaron de la sala de malas maneras, castigándolo con limpiar los cuartos de baño.
El rey, que no podía sacarse ese pensamiento de la cabeza, volvió a preguntar al grupo de asesores: ¿Por qué él es feliz?
Uno de ellos, de los más ancianos y sabios, respondió:
Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.
¿Fuera del círculo? Preguntó sorprendido el rey. ¿Qué tiene ese círculo y por qué le hace feliz?
En realidad, Majestad, su sirviente, es feliz porque está fuera del círculo.
Espera que no lo entiendo, ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y cómo salió de él?
En realidad, nunca llegó a entrar.
Ok, pero de nuevo… ¿A qué círculo te refieres?
El círculo del 99, alteza.
Ahora ya no entiendo nada de nada. Explícate, por favor.
La única manera para que su majestad lo entienda sería mostrárselo con hechos. Haciendo entrar al sirviente en el círculo.
Pero… ¿No se daría cuenta el sirviente de que eso provocará su infelicidad?
Al principio se dará cuenta, pero no lo podrá evitar y cuando intente salir seguramente sea demasiado tarde.
¿Y aun así lo hará de todos modos? ¿Además, por su propia voluntad?
Ya lo verá usted, alteza. Pero le advierto, conocer el funcionamiento del círculo le hará perder a un excelente sirviente.
No me importa, ¡hágalo!.
A sus órdenes, su majestad. Ahora necesito su colaboración. Esta noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro.
¡Pero eso es mucho dinero, incluso para un rey! Bueno… todo sea por saber…
Esa noche, el sabio fue a buscar al rey y juntos se ocultaron junto a la casa del sirviente.
El sabio tomó la bolsa e introdujo un papel firmado por el rey donde decía: “Sirviente. Te escribe tu rey. Este tesoro es tuyo. Considéralo un regalo por tus años de buen servicio y las molestias que te hayan podido ocasionar nuestras preguntas de hoy. Disfrútalo, pero sobre todo, no le cuentes a nadie cómo lo conseguiste”.
Cuando el paje salió de su casa, encontró la bolsa. Cuando la abrió y encontró la nota, su cara de asombro congeló su expresión durante muchos minutos. La apretó contra su pecho y agradeció al cielo por ese milagro. Luego, miró a su derecha e izquierda y entró rápidamente en su casa.
El sabio y el rey, se acercaron a su ventana, espiando cuidadosamente los movimientos del sirviente.
El sirviente corrió hacia la mesa del salón. Tiró de un golpe todo lo que había encima de la mesa y sacó con mucho cuidado las monedas. Las tocaba con entusiasmo, las alumbraba con las velas, jugaba con ellas y al rato empezó a hacer pilas de 10 monedas.
Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas de diez… Hasta que formó la última pila… ¡De nueve monedas!
De repente, su gesto de alegría cambió a preocupación. Su mirada recorrió la mesa, luego el suelo, luego la bola y finalmente se levantó y mirando al suelo volvió caminando hasta la puerta en búsqueda de algo perdido.
¡No puede ser!, pensó el sirviente. ¡Me falta una moneda!
99 monedas de oro son muchas monedas, pero no es un número completo.
¡100 es un número completo pero no 99!
El sabio y el rey seguían aquel espectáculo con mucha atención.
Tanta atención que comprobaron cómo, poco a poco, la cara del sirviente pasaba de la alegría inicial a la preocupación y ahora… al enfado.
El sirviente guardó las monedas dentro de un hueco en la pared, tomó papel y pluma y empezó a hacer más cálculos que en toda su vida.
Solo le faltaba una moneda para tener 100.
Cien monedas es una cantidad suficiente para no preocuparse por el dinero de por vida, pero ni con su sueldo ni con el de su mujer ni de sus hijos, podrían conseguir esa moneda que le faltaba.
Al menos no antes de 10 u 11 años… Bueno, si se pusieran a ahorrar en serio dejando de comprar ropa y de gastar en tonterías, podrían dejarlo en 8 años.
¡Pero 8 años siguen siendo muchos para conseguir completar las 100 monedas! ¿Y si consigo otro trabajo por las noches? ¿Y si mi mujer e hijos trabajasen aún más? ¿Y si vendemos nuestra mula? ¿Y la medalla de mi padre?…
A medida que avanzaba la noche, el sirviente seguía pensando en miles de opciones, pero al no ofrecer ninguna la solución que necesitaba, su preocupación crecía cada minuto.
Aquel día terminó y todos se marcharon a dormir.
Una noche cualquiera, menos para el sirviente, que acababa de entrar en el círculo.
El círculo del 99.
Durante los meses siguientes, siguió con su plan de ahorro particular, pero su carácter fue empeorando a medida que pasaban los días.
Ya no había canciones alegres, ni detalles a la altura de las necesidades del rey.
El rey aguantó un tiempo la mala actitud de su sirviente al comprobar que no cambiaría, decidió despedirlo.
No era agradable estar cerca de alguien que estaba siempre de tan mal humor… alguien que vivía dentro del círculo del 99.
Moraleja:
Aunque estamos rodeados de señales que nos indican que debemos aspirar a conseguir nuestras metas, mejorar nuestros resultados y acumular pertenencias, debemos de ser muy cautos para que esa ambición y apego no nos acabe lanzando dentro del círculo del 99.
El foco en la meta nos hace pensar que nuestra felicidad está en “esa moneda que falta”… que cuando lleguemos allí la encontraremos en forma de un mejor trabajo, una casa más grande, tener un hijo… pero si esa meta hace temblar nuestros cimientos y genera desequilibrio… de poco nos valdrá lo conseguido.
Antes de lanzarnos a cualquier aventura, es vitalmente importante conocer antes qué necesitamos y por qué.
Si no sabes a dónde vas y por qué vas, tu motivo y tu destino pueden estar equivocados
Si sientes que podrías caer en ese círculo o si incluso ya estuvieras dentro, tengo buenas noticias. Salir es posible.
Ya no puedes cambiar tu pasado, pero sí tu presente y sobre todo tu futuro.
Coméntame tu caso en contacto@tupropiasuerte.com